Es dulce observar
a la serena mujer
que come una
manzana,
roe que roe.
Concentrada
en cada bocado,
muerde como
si no hubiera pecado.
Si veneno
hubiera,
su cuerpo
inmune en gozo
lo
neutralizaría.
Sentada en su
hamaca,
a la vera
del río,
su mirada es
perdida
entre frondosos
manzanos.
Un libro
abierto
apoyado
entre sus piernas
espera ser
devorado
hasta el
tuétano
como la
manzana raquítica
que ya enseña
sus semillas
y, al final
de su cadena alimenticia,
será el convite
para las hormigas.
PEDRO J MANDLY